Vitoria analiza el caso de Ildefonso, menor de 65 años con Alzheimer

Ildefonso Fernández, 62 años y diagnosticado de Alzheimer hace cuatro, fue obligado a dejar su trabajo y retrasa el avance de la enfermedad con terapia que costea de su bolsillo. Con un buen estado cognitivo se siente apartado de la vida laboral y olvidado por un sistema enfocado a las ayudas de dependencia.

Este residente en Logroño empezó a sufrir «episodios extraños» a sus 57 años, el primero de ellos el día en que en lugar de acudir a una importante cita laboral en la cadena de supermercados de la que fue responsable de compras más de treinta años viajó hasta su pueblo natal.

Ildefonso, que contará su experiencia en el IX Congreso Nacional del Alzheimer que se celebra desde este miércoles en Vitoria, recalca la importancia de la detección temprana y de la comunicación entre la Atención Primaria y los especialistas para ello.

A este le siguieron otros percances como trayectos en coche que le llevaban hasta su anterior vivienda e incluso a su antigua empresa, en la que dejó de prestar sus servicios ocho años atrás. «Ese día me asusté porque podría haber provocado un accidente en la carretera y decidí contárselo a mi familia e ir al médico», recuerda Ildefonso.

Pasó por distintas pruebas y tomó antidepresivos por posible estrés hasta que un año después llegó el diagnóstico de principio de Alzheimer que provocó que se viese «apartado del trabajo» por su empresa.

«Me dieron una jubilación maravillosa pero me apartaron del trabajo cuando yo era el mismo del día anterior», lamenta tras reconocer que quizás podría cometer fallos como responsable de compras, pero convencido de que «hubiera sido el mejor reponedor» de toda la cadena.

Su relato ilustra una de las principales denuncias del Panel de Expertos de Personas con Alzheimer (PEPA) del que forma parte junto con otras personas menores de 65 años aquejadas por la misma dolencia: el fin impuesto de la vida laboral en fases iniciales de la enfermedad.

«Te estigmatizan y te mandan fuera», resume Ildefonso, quien reconoce que en su caso no implicó dificultades económicas muy severas al quedarse con la pensión de jubilación máxima, situación que no es igual para compañeros de militancia suyos en PEPA con pensiones de escasos mil euros, insuficientes para sufragar los terapias que no son financiadas por el Sistema de Seguridad Social.

Y es que en las fases iniciales del Alzheimer y en edades tan tempranas la terapia «aporta mucho más que los medicamentos», explica Ildefonso, que todos los meses desembolsa 150 euros, cantidad que puede subir hasta los 400 en función de la comunidad autónoma, a cambio de hora y media tres días a la semana para hacer ejercicios de memoria y de cálculo y uno más a reunirse con un psicólogo.

«Bendito día el que la neuróloga me impulsó a acudir a la asociación» de enfermos de Alzheimer desde la que se activan estas terapias.

Advierte de que son vitales para ralentizar la enfermedad y de la necesidad de que sean apoyadas económicamente por las administraciones ya que gracias a ellas él mantiene una vida muy activa, muy similar a la anterior a esta dolencia. «Sin la terapia estaría todo el día tirado en la silla», considera.

El sistema permite a Ildefonso pedir ayudas públicas para que una persona le ayude a vestirse y a realizar las tareas del hogar, apoyo que deja claro que él y las personas que están en la misma fase de la enfermedad no necesitan.

«Esta es la enfermedad del olvido, que está solo reconocida para gente en un estado muy avanzado. Eso está muy bien, ya me llegará, pero lo que me hace falta es terapia para retrasar la llegada de este estado», insiste.

Mantiene su vida social y sus visitas constantes a su pueblo natal, y sus viajes a Benidorm «siempre acompañado» por su esposa, que también tuvo que dejar su trabajo cuando esta enfermedad entró en su hogar.

Una última petición de Ildefonso: «más inversión para la investigación en los tratamientos. Cuando se quiere se puede, con el covid-19 en un año hubo vacuna. Se invierte más en combatir la alopecia que en esto, cuando los calvos vivimos igual que los no calvos», concluye. EFE



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