Opinión por Norte Expres

De la dimisión de Txus Brizuela como entrenador del Araberri sólo se puede extraer una reflexión: su cobardía es pareja a la catadura moral del personaje. No se trata de hacer leña del árbol caído, sino de señalar -sí, con dedo acusador- a quien ceja de sus responsabilidades a las primeras de cambio. Y entiéndase lo de las responsabilidades como un eufemismo.

Cuando alguien se compromete con un proyecto está obligado a cumplir. Más al principio, cuando la ilusión por cambiar las cosas y proponerse nuevos retos y metas empuja a sortear las dificultades con entusiasmo. Pero Brizuela ha dado la ´espantá´. Como los malos toreros. Viendo el ‘morlaco’ que se le venía encima se ha rilado, asustado, ‘manchado’ los pantalones… Y se ha agazapado en el burladero. No se ha atrevido a coger el toro por los cuernos y, al menos intentar, salvar al equipo del descenso. Es lo que prometió, pero su discurso es el de la falsa moneda.

Pero no contento con dejar al equipo a la deriva, abandona el barco dejándolo en peores condiciones de las que lo encontró. Sin rumbo, sin espíritu, sin definición. Lo suyo ha sido un auténtico despropósito, aunque es difícil encontrar un adjetivo que describa tamaña ofensa para el club, para los jugadores, para los aficionados. En definitiva, para la ciudad.

En la cancha, bajo su errática batuta, el Araberri ha sufrido tres derrotas sonrojantes y otras tantas palizas que, por desgracia, permanecerán en la memoria de los aficionados durante mucho tiempo. Un doloroso recuerdo del legado Brizuela. El mejor éxito fue perder por 27 puntos. Y a eso no se le puede llamar ni disputar un partido. Es hacer el ridículo. O directamente, hacer el canelo.

Estos penosos resultados podrían tener justificación bajo el manido “el baloncesto es así”; o podríamos escudarnos en la también típica mala racha. O en cualquier otra excusa que atribuyese la responsabilidad a un tercero. Pero es que estamos hablando de un ¿profesional? que desde su púlpito de Radio Vitoria se atrevía a dar lecciones a maestros como Scariolo, Crespi, Ibón Navarro, Ivanovic… Y se quedaba tan ancho. Hay que tener desparpajo.

Éste es el personaje que en su última intervención en la radio pública dijo que el Baskonia tenía peor equipo que al principio de temporada. Ha sido ‘sentenciar’ él, y el club azulgrana compite y gana.

Podríamos decir entonces que Brizuela es gafe con todo lo relacionado con Vitoria y Álava. Pero puede ser más bien que sea un asunto de colores. Está claro que se siente más cómodo con lo que huele a bilbainismo. No en vano, trajo a su querido Athletic de Bilbao a la Ikastola Olabide para formar la cantera rojiblanca con jugadores de nuestro territorio y así, los del Botxo, compiten con el fútbol vitoriano y alavés en nuestra cara, en nuestra ciudad. Esta maniobra no debe tomarse más que como un servicio de contraprestación al PNV.

Brizuela no ha durado ni un mes como entrenador del Araberri. ¡Ni 30 días! Al menos puede presumir de irse con un récord, el de más fugaz. Llegó el 13 de enero y se va por la puerta de atrás el 10 de febrero. Dimitiendo, como los cobardes. Sin luchar. Sin cumplir.

Con su dimisión demuestra que no sabe ni irse. Ha argumentado que no se sentía capaz de llevar el grupo, según fuentes de toda solvencia.  El último partido oficial lo disputaron el 31 de enero (ha habido dos amistosos en medio). Pero él ha necesitado diez días para fraguar su salida. ¡Diez! Brizuela, si te vas, vete al día siguiente y deja trabajar a tu relevo. Hasta en eso eres torpe. O mal ¿profesional? con tu segundo entrenador, según se mire.

Estamos deseando que vuelva a los micrófonos de Radio Vitoria para reírnos todas las mañanas de los sábados con ese verso inteligente, con ese dominio de todo lo que rodea al mundo del Basket local, con esa ignorancia del sabelotodo. Cuando oigamos sus diatribas nos asaltarán las dudas sobre si estamos escuchando un programa de humor.

Lo lamentamos por el maestro Rafa Muntion, ahora que había metido savia nueva interesantísima. La vuelta de Brizuela va a desprestigiar a Radio Vitoria. Pero otros, y me consta que somos muchos, nos vamos a reír.



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