Más recados a los políticos vitorianos por su gestión. Seguimos dando voz al ciudadano. Una nueva carta de familiares de mayores en residencias alavesas. Cientos de personas volvieron ayer a salir a la calle en Euskadi convocadas por el movimiento de pensionistas para reivindicar una mejora de las pensiones y unos cuidados «dignos» para las personas mayores en residencias o en situación de dependencia en sus domicilios. Carta:
«Yo de mayor quiero ser… pequeña
Me reí ante la ocurrencia de una niña a la que preguntaron: “Tú, ¿qué quieres ser de mayor?”. “Yo de mayor quiero ser jubilada”, contestó, segura de sus palabras. Ni enfermera, ni bombera, ni azafata. En aquellos momentos, la vida de sus “amamas” le parecía idílica: no tenían que ir a trabajar, organizaban la casa a su antojo, recibían continuas visitas de la familia, salían a pasear cuando querían, e incluso jugaban a cartas o hacían gimnasia con las amigas cuando les daba la gana.
Ciertamente, esa vida resultaba ideal a la vista de una niña inocente. Y así debería ser.
Esta gente se merece lo mejor después de haber luchado tanto y darlo todo por los demás hasta alcanzar la madurez. Pero tristemente, la realidad es bien distinta.
De hecho, la niña, ya adolescente, cambió de opinión en cuanto conoció otras realidades de personas mayores o enfermas, mucho más crudas. Sensación que ha empeorado más con la llegada de la pandemia, que si para algo ha servido es para dejar al descubierto graves y profundas grietas en el mundo de los cuidados a personas mayores y/o dependientes. Vale, la Covid-19 lo ha contaminado todo, pero hay que reconocer que se ha ensañando con l@s más débiles.
Ahora cuando alguien le pregunta a esta jovencita qué quiere ser de mayor, responde con gran criterio: “yo de mayor quiero ser… pequeña”.
Las personas mayores, muchas de las cuales viven solas, están sufriendo en exceso el miedo, la falta de contacto con familia y amigos, el vacío de actividades dirigidas a ellas, la falta la atención médica presencial, y un largo etc.
Tampoco en las residencias la situación resulta idónea. Aparte de que ingresar en ellas no está al alcance de cualquiera (se ofertan poquísimas plazas públicas, y las privadas o concertadas arrasan con cualquier sueldo o ahorro obrero), evidencian una clara falta de recursos humanos y materiales para atender a la clientela como es debido.
En medio de este caos, se está permitiendo dejar a estas personas solas, separadas de esos seres queridos, a los que han cuidado toda su vida, precisamente cuando les toca a ellas que les cuiden, mimen, y les atiendan con esmero. Lo que no se puede permitir es que la angustia de la soledad llegue a rozar, en algunos casos, la tortura psicológica. Casas y habitaciones se han convertido en celdas de prisión, y aunque haya momentos de tregua en los que se puede salir o visitar, aún queda mucho por cambiar en pro de su bienestar.
Nadie niega que la atención directa y el afecto resultan claves en el tratamiento de cualquier enfermedad, incluso en la terminal. Las y los ancianos necesitan no solo de medicinas y comida, sino de otros alimentos para el alma, como son el cariño y la compañía. Hoy en día contamos con los conocimientos y los medios de seguridad suficientes para no aislar drásticamente a nadie y, sin embargo, se sigue privando, en muchos casos, de la cercanía de los seres queridos. Incomprensible.
Existen sociedades consideradas menos desarrolladas donde se venera, cuida y atiende a las personas ancianas o dependientes según sus deseos. Este “primer mundo”, en cambio, venera primordialmente al dinero. Por desgracia, la avaricia envenena y mata más que cualquier virus.
«Juegan al parchís»
Decretos decrépitos
Mientras tanto, las personas que deciden sobre nuestras vidas siguen jugando al parchís.
Se comen una, mandan a quien haga falta a casa (usuarias/os de atención diurna, por ejemplo), y cuentan (fardan) veinte.
Aparecen en la zona VIP del escaparate público (medios de comunicación, tribunas políticas), pronuncian discursos cargaditos de palabras tan bonitas como vacías, proclaman promesas esperanzadoras que a la larga serán incumplidas, y tratan de convencernos de que hacen todo lo posible por cuidarnos.
¡No es cierto!
La experiencia lo demuestra. Por suerte, cada vez más personas nos damos cuenta de ello y salimos a la calle a protestar.
Así ocurría, una vez más, el sábado día 31, con manifestaciones en Gasteiz, Bilbo e Iruña (en Donostia se aplazan la protesta callejera por la grave situación de la pandemia). Por favor, ¡Dejen tanta obra faraónica e inviertan más en Sanidad, Educación y Asuntos Sociales (con mayúsculas)! O si no, al menos, ¡dejen de desgastar el término de democracia en vano!
Si mostraran una intención real de abordar el problema de los cuidados de las personas dependientes, escucharían con más atención las demandas de los agentes sociales, del personal de los servicios sociales, de las trabajadoras de las residencias y, ¡por supuesto!, de las familias afectadas que llevan muchos años reclamando servicios más dignos.
Mientras la esperanza de vida avanza mucho más de prisa que las ayudas requeridas, las normativas que regulan las subvenciones no se actualizan debidamente, y los decretos forales … sencillamente han quedado decrépitos. La bomba ha estallado, depende de los responsables de los presupuestos que la onda expansiva sea más o menos nociva.
Seguro que se pueden aunar esfuerzos entre políticos, agentes institucionales y sociales, familias, personal laboral, etc. e implantar planes prácticos que reviertan la situación, planes de mejora que vayan más allá del propuesto en su día por el Diputado General, Ramiro González, cuyas declaraciones generaron una gran expectación… hasta que anunció el plan y resultó un gran fiasco.
Proponía que las personas dependientes permanecieran en casa el mayor tiempo posible,
convirtiendo las residencias en el último recurso. ¡Como si eso fuera novedad y las
subvenciones económicas fueran lo más importante del meollo!
¿De verdad, Sr. Diputado General, le parece el mejor plan aumentar las prestaciones económicas y las desgravaciones fiscales en estos momentos? Lo que nos parece a particulares como a mí, que tenemos al cargo a personas mayores dentro y fuera de residencias, es que ese maravilloso plan no va a solucionar nada.
Lo único que puede aumentar, nos tememos, es el papeleo. Piense que no todo el mundo cuenta con secretaria en casa, ni gestoría que le lleve los papeles (más bien casi nadie). Cada trámite burocrático supone un desgaste enorme de energía y tiempo, bienes de los que no andamos sobrados precisamente las familias afectadas por la situación que nos acontece. Tramitar tantos impresos engorrosos, repetitivos, y en muchos casos
costosos, desanima muchísimo, más aún por la tardanza en las resoluciones y, en
muchos casos, por no obtener las respuestas deseadas.
De la misma forma que no contamos con ayuda ante el tsunami burocrático, tampoco disponemos en casa del espacio suficiente ni los recursos profesionales necesarios para cuidar a las dependientes en un estado ya avanzado.
Sospecho que nuestra vivienda habitual no sea del tamaño y de condiciones de la suya.
Le invito a reflexionar acerca de qué aspiran realmente las familias. La mayoría que hemos optado por las residencias, hemos agotado previamente, exprimido al máximo, los cuidados en casa. Años duros en los que resulta difícil mantener el equilibrio y no reventar la convivencia de una manera u otra. Así que, lo que parece lógico es crear más centros públicos y dotarlos debidamente tanto a nivel económico, como material y personal, evitando en lo posible el lucro fácil de las empresas privadas y concertadas.
Por cierto, ¿por qué no más transparencia y claridad en las gestiones de adjudicación de grados, así como en las de plazas de residencias? Parece evidente que hay mucho que mejorar. Hasta que no se valore debidamente a las personas de mayor edad y a las más necesitadas por cualquier otra cuestión, no avanzaremos como sociedad. Por ello, habrá que seguir reclamando estos derechos en la calle, en los foros políticos o donde haga falta.
La sociedad empieza a despertar, mostrar mayor sensibilidad y pedir un cambio de rumbo radical. Antes o después, de manera directa o indirecta, el tema acaba afectando a todo el mundo. Por ello, hago un llamamiento a participar en la manifestación del próximo sábado, a nivel individual, o bajo el paraguas de alguna sigla, donde mejor se sienta acogida.
Saludos y ¡ánimo!».
Gotzone
Se puede decir más alto pero no más claro.
Nuestros mayores nos necesitan. Esos que dieron todo a cambio de nada se merecen que luchemos por algo tan simple, como que lea dejen vivir con dignidad. Saldremos a la calle, una y mil veces, si es necesario.
[…] sorprende de nada. Un departamento de Bienestar Social que hace aguas por todos los lados. Con la gestión de las residencias o de centros de trabajo con discapacitados, y ahora con los […]