Por Julián Negro (EFE).- El odio, la violencia y el terrorismo han tenido numerosas expresiones a lo largo de la historia, y una de ellas ha sido la elaboración y distribución de pegatinas con las que amenazar, denigrar y apuntar al diferente, al enemigo en la dialéctica del autor. El Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Vitoria acoge desde este miércoles con motivo del primer aniversario de su apertura una exposición de 600 pegatinas a las que une el mismo denominador común: la violencia y el odio.
Son adhesivos pertenecientes a la organización terrorista ETA, a grupos que la apoyaron o justificaron, a otros grupos terroristas como los GRAPO y el FRAP, a colectivos violentos de extrema derecha, entre otros.
Son 18 paneles que recogen parte del fondo personal de Fernando Íñigo Aristu, un vitoriano que se ha convertido en uno de los mayores coleccionistas de pegatinas de España a cuya afición ha dedicado 47 años y con la que ha conseguido una colección de más de 60.000 ejemplares.
Esta muestra es una parte muy especial de su colección, la parte más dolorosa. En uno de los paneles de la exposición se puede leer: «Mostrar al natural los mensajes bárbaros de las ideologías inciviles es útil para deslegitimarlas».
En este sentido, diversos memoriales dedicados a la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto reflejan las campañas de estigmatización que sufrieron los judíos por parte de los nazis y sus aliados, que empezaron con caricaturas que los representaban como ratas o como monos, «infrahumanos, como paso previo para su exclusión social» y, en extremo, para su aniquilación.
Pues algo parecido sucedió en España, y más concretamente en Euskadi y Navarra. En los paneles de esta exposición hay pegatinas con el logotipo de ETA, algunas de ellas con terroristas encapuchados que exhiben armamento con lemas como «Euskadi ala hil» (Euskadi o muerte), con una clara intencionalidad épica.
Hay pegatinas con políticos y policías con una diana encima; otras extremadamente crueles porque se refieren a personas que permanecían secuestradas por ETA, como los empresarios Julio Iglesias Zamora y José María Aldaya, en las que se les exige que pagaran el rescate pedido.
«Aldaia Pasta ya!» o «Julio ordaindu!» (paga), son pegatinas que durante la década de los 90 podían verse en farolas, portales y paredes de Euskadi. Igual hasta en alguna carpeta de algún estudiante, como las que se ponían de ídolos musicales, deportivos o cinematográficos.
Se muestran curiosidades como los pasquines colocados en muchos pueblos de Euskadi con la foto de Mikel Lejarza, «El lobo», un infiltrado en ETA, y su descripción física, como las del lejano oeste. Solo falta una cantidad de recompensa.
Pegatinas con acciones de kale borroka, muchas de ellas centradas en la Ertzaintza, a la que presentan en muchas ocasiones como cipayos. En otras se personaliza el odio en personas como el exconsejero de Interior del Gobierno Vasco, Juan María Atutxa.
En una de Jarrai, las juventudes de la izquierda aberztzale, con la foto de Atutxa, se lee: «…va la foto de uno de los terroristas más buscados» en la que se cita el nombre del consejero, su profesión como «cipayo» y sus antecedentes: «calumnias, extorsión, homicidio, secuestro…».
Pese a que la mayoría de las pegatinas están relacionadas con la violencia de ETA y su entorno, también se pueden ver otras de grupos de extrema derecha…igual de cargadas de odio y violencia.
En una del grupo neonazi Juventud Nacional Revolucionaria se lee: «Frente al plan Ibarreche…nuestro diálogo», con una figura en medio de un animal con cuernos que empuña desafiante una pistola.
El historiador del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo Raúl López Romo ha destacado el valor de esta muestra con pegatinas «extremadamente agresivas» y muchas de ellas clandestinas en su tiempo con las que se deshumaniza a las personas a las que se amenaza y agrede.
Fernando Íñigo ha puesto en valor el carácter histórico de esta colección que comenzó en 1975. Su primer adhesivo fue uno del actual rey emérito, Juan Carlos I, según ha explicado él mismo.
López Romo ha hablado del primer año de funcionamiento del Memorial, un tiempo en el que se ha avanzado en la tarea de la deslegitimación del terrorismo y la desmitificación de tópicos, como el de la existencia de una «ETA supuestamente buena», la primera que luchó contra el franquismo, y de «un conflicto vasco», cuando lo que hubo fue un grupo terrorista que atacó a la democracia.
En este año, ha añadido, se ha dado otro avance importante, quizás «menos perceptible», como es la «conversación pública» sobre lo que fue el terrorismo, un tema sobre el que se ha «callado durante mucho, demasiado, tiempo».
Ha concluido que las víctimas del terrorismo están viendo este centro memorial como «algo propio» y que sienten que pueden contar con él «en la batalla del relato». EFE