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Por Marta Abecia y Marina Segura Ramos EFE.- El relato del terrorismo en las aulas, muy reciente o inexistente en la mayor parte del país, salvo en Euskadi, está cambiando la mirada de los jóvenes: pasan de ver una realidad lejana y en blanco y negro a sentir empatía por las víctimas, conocer el contexto y, al final, salir de su estupor: «¿Esto pasó?».

El próximo día 21 se cumple una década del anuncio de ETA del “cese definitivo” de la violencia terrorista, un momento en el que la mayoría de los chicos que se sientan hoy en los pupitres de 4º de Educación Secundaria y Bachillerato tenían una corta edad y carecen de la vivencia directa de esa etapa de nuestra historia.

Un catedrático que imparte clases en un instituto de Alcorcón (Madrid); una víctima del terrorismo -Cristina Cuesta, cuyo padre fue asesinado en 1982-; la directora de Derechos Humanos, Víctimas y Diversidad del Gobierno Vasco, Monika Hernando, y el historiador y responsable de Educación del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, Raúl López Romo, explican a EFE cómo es esta enseñanza.

A escala nacional, los ministerios de Educación y del Interior han impulsado el proyecto «Memoria y Prevención del Terrorismo». Son siete unidades didácticas elaboradas por distintos expertos, coordinadas por López Romo.

Desde 2018, La Rioja, Madrid, Extremadura, Navarra y Castilla y León imparten este material pedagógico, acompañado del testimonio de las víctimas, aunque la pandemia ha dificultado el desarrollo de esta última actividad y de la formación del profesorado.

En el País Vasco, las víctimas de ETA y de otros grupos terroristas como el GAL acuden a las aulas desde 2011, cuando el Gobierno Vasco del socialista Patxi López puso en marcha una experiencia piloto que se consolidó después bajo los mandatos del lehendakari, Iñigo Urkullu.

Sus testimonios han llegado a más de 6.000 chavales de 4º de ESO y de Bachiller de 212 centros que han podido escuchar en su mayoría de manera presencial lo que supuso la violencia en la vida de cada una de las víctimas, proceso que para la directora de Derechos Humanos y Víctimas, Monika Hernando, tiene un «potencial transformador pedagógico brutal».

«Las víctimas cuentan lo que les pasó, cómo ese acto afectó a su vida y cómo han afrontado esa situación», señala Hernando.

Enfrentarse al dolor y a lo vivido en primera persona a causa de un atentado todavía encuentra resistencia en determinados municipios y comarcas del País Vasco en los «que la violencia ha sacudido con más fuerza», reconoce Hernando, quien no obstante se muestra satisfecha porque «poco a poco» el programa está afrontando el «reto» de entrar en los centros de estos lugares.

De momento, no se ha puesto en marcha en Euskadi de manera general el programa «Herenegun» (Anteayer), que nació con polémica y con el rechazo de partidos y colectivos de víctimas. Consiste en compartir con el alumnado textos y vídeos que recogen testimonios de víctimas, de exmiembros de ETA y de representantes políticos e institucionales y está en fase de pilotaje.

Cristina Cuesta, cuyo padre, Enrique Cuesta, delegado de Telefónica en Gipuzkoa fue asesinado junto a su escolta, Antonio Gómez, por los Comandos Autónomos Anticapitalistas, acude a institutos madrileños a contar su relato -este año también lo hará en Castilla y León- y en mayo pasado participó en un proyecto pionero de la Comunidad de Madrid dirigido al profesorado.

La directora gerente de la Fundación Miguel Ángel Blanco afirma que las víctimas aportan el lado humano: «No es un relato objetivo. Se trata de lograr en primer lugar una empatía con las víctimas, que se puedan poner en su lugar porque somos ciudadanos absolutamente normales, nuestras familias podrían haber sido parte de su familia».

La también fundadora de Covite y cofundadora de la Coordinadora Gesto por la Paz y del Foro de Ermua subraya la importancia de transmitir «lo radicalmente injusto que ha sido el hecho; no puede haber legitimación ni comprensión de lo que ha causado tanto dolor, con independencia del tipo de terrorismo. No puede haber relatos justificadores».

En segundo lugar se trata de que los alumnos conozcan la historia reciente del país y una cuestión «muy personal»: «Revivir a mi padre de alguna manera. Les cuento cómo era y, sobre todo, la pérdida cuando nos lo arrebataron cobra un sentido positivo, que es que el sacrificio de mi padre y el testimonio de sus familias vaya por un cauce constructivo, democrático, ético, en contraposición a los agresores».

«Cuando les cuento que defiendo la vida y el trato justo y respetuoso al asesino de mi padre, esto es muy poderoso, porque yo no lo defiendo de forma abstracta y en general, sino que lo que estoy diciendo que lo que me diferencia del asesino de mi padre es que yo defiendo su derecho a la vida y a recibir un trato justo en el sistema penitenciario y al mismo tiempo lucho por la justicia», añade.

Diez años después del anuncio de ETA, Cuesta cree que ha acabado «ETA criminal gracias a los cuerpos y fuerzas de seguridad, pero hay una realidad de la ETA social y política que no ha terminado. Es una anomalía democrática que haya partidos que aún no han condenado el asesinato de Miguel Ángel Blanco ni de ningún otro, y que aún tengan lugar actos de exaltación» a etarras en Euskadi y Navarra.

El catedrático de Historia y director del instituto Prado de Santo Domingo (Alcorcón, Madrid), Eugenio García de Paredes, cree que el tema del terrorismo de cualquier tipo ha sido durante mucho tiempo «un rumor» en el temario académico, que «nunca acababa de entrar».

En su centro llevan tiempo trabajando con víctimas del terrorismo, pero «faltaba el encaje de lo que son las unidades didácticas» para llevarlo al aula. «Se trata de hacerlo llegar al alumnado que ya no sabe lo que ha sido ETA. Para ellos es algo lejano y no tienen mucha idea, por ejemplo, en una charla una alumna preguntó por qué ETA mataba. Nadie se lo había dicho».

Según García de Paredes, «hay una generación que no sabe qué fue ETA, les suena a las guerras carlistas, pero eso cambia radicalmente cuando traes a víctimas y ven que son de la edad de sus madres e incluso gente más joven».

Lo primero que expresan los alumnos es estupor -«¿Esto pasó? ¿Por qué nadie me lo ha contado?»- y, después, «viene una fuerte empatía. Otra cosa que les resulta muy interesante es la falta de odio y de tristeza, ellos esperan encontrarse con una señora vestida de negro, llorando, y se dan cuenta que son personas normales que han hecho su vida después de ese trauma, que no piden venganza sino justicia».

La formación que la Comunidad de Madrid ha impartido a los docentes en su Centro de Innovación y Formación Las Acacias se divide en tres bloques: El terrorismo internacional en el mundo contemporáneo. El terrorismo en España; Víctimas del Terrorismo y Derechos Humanos. La Memoria como prevención del extremismo violento. Marco legislativo de protección integral a las víctimas y evolución de la conciencia ciudadana; y Psicología y Terrorismo.

López Romo, del Centro Memorial de Vitoria, resume que la idea es educar en el conocimiento y en los sentimientos. Es una combinación de una parte «más emotiva del testimonio con una parte más crítica o académica en los textos»

«Los chavales siempre van a recibir un ‘input’ desde el exterior, pero la parte reglada, la que está en el currículo es importante, que quede un poso de conocimiento riguroso de aquella época y que ha marcado a nuestro país desde hace 50 años», subraya López Romo. EFE



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